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La predicación medieval
y el teatro religioso
Desde
que en la segunda mitad del siglo XIX los investigadores empezaron a
interesarse por el estudio de la homilética medieval, se planteó la
existencia de una relación entre los sermones y el teatro religioso.
Partiendo de la idea de que tanto los sermones como los Misterios y el
arte fueron utilizados como medio para vulgarizar la enseñanza religiosa
que sería inoperante en latín, los estudiosos se aplicaron en la
búsqueda de relaciones, genéticas o de influencia, entre los diferentes
medios y en la definición del sentido de dichas relaciones.
Púlpito y escena
Los que rechazan la existencia de influencias recíprocas entre púlpito y
escena suelen argumentar que los sermones dialogados son anteriores a la
aparición de los dramas litúrgicos y que no hay la menor prueba de que
éstos deriven de aquellos, mientras que los grandes Misterios son muy
posteriores, originales y con un desarrollo autónomo. No obstante,
aunque su origen sea independiente, el sentido común sugiere que dos
medios que fueron utilizados por la iglesia con una misma finalidad catequética y que utilizaron similares recursos visuales, doctrinales y
espectaculares, tuvieron necesariamente que influirse entre sí.
Para Gerald Owst la
antigüedad de la tradición predicadora hace más probable que los
dramaturgos hayan aprendido de los predicadores que a la inversa. Las
obras teatrales no son un hecho aislado, se basan en la tradición, tanto
bíblica y apócrifa como homilética, y los sermones no sólo proporcionan
temas y motivos para las representaciones sino que condicionan su
desarrollo, de manera que cabe relacionar la secularización del drama, y
su abandono de la iglesia para conquistar la plaza, con el desarrollo de
la predicación de los mendicantes que habían sacado los sermones a la
calle. Los promotores de los pageants ingleses, de los
Mystéres, franceses y de los Autos del Corpus españoles
simplemente siguieron a los frailes en el uso de la lengua vernácula y
en llevar el mensaje al pueblo. Lo mismo cabría decir de la introducción
del elemento cómico, que aparece antes en el sermón que en el drama, y
del uso de las alegorías y personificaciones, instrumento habitual en la
técnica de los predicadores y más tarde elemento fundamental en las
Moralidades inglesas o en los Autos Sacramentales
castellanos.
Desde un punto de vista genético, parece claro que el sermón se encuentra
en el origen de algunos de los más importantes textos dramáticos
medievales. En 1878 Marius Sepet demostró el origen del Ordo
Prophetarum en un sermón atribuido falsamente a San Agustín que se
leía en las iglesias en los maitines del día de Navidad, y se ha señalado
así mismo al sermón pseudoaugustiniano como fuente del anglo-normando
Mystere d’Adam. También se ha visto el origen de la Danza de la
Muerte -incluida la española- en un sermón mimado, y se ha notado
que incluso las grandes Pasiones bajomedievales como la francesa
de Arnoul Gréban siguen fielmente las pautas marcadas por los sermones
de Nicolas de Lyra. Es evidente, pues, que los dramaturgos tuvieron en
los sermones una de sus fuentes de inspiración, y esta relación con el
púlpito es la que permite explicar que, como ha señalado Lecoy de la
Marche, muchos dramas comenzaran su representación con un sermón y otros
muchos incluyan pequeños sermones en boca de alguno de sus actores,
funcionando así el sermón como introducción y paráfrasis de la
representación. Así debía se suceder en el provenzal Mystére du Jour
dou Jugement y el autor del manuscrito de la biblioteca de Besançon
nos dejó testimonio de la prédica en una miniatura que abre el
manuscrito, inmediatamente después de la que representa el Juicio Final,
tema del sermón del predicador (véase Foto).
El realismo y la sátira del teatro bajomedieval y su afán de trascender
el relato bíblico o apócrifo para explorar la vida y la conducta del
género humano tienen su precedente en los sermones, y quizá no sea
exagerado afirmar como Owst que los predicadores, y no los humanistas,
fueron los pioneros del retorno de la naturaleza humana a la literatura.
Tanto en el púlpito como en la escena, los personajes bíblicos se
convierten en la Edad Media en arquetipos de la humanidad: Caín es el prototipo de la
maldad humana, Isaac el hijo ideal, la mujer de Noé la esposa
desobediente e intrigante, Anás y Caifás –acompañados siempre de una
corte de escribas y leguleyos–, son la encarnación de los juristas
eclesiásticos, con sus mitras y roquetes, capuchas y tabardos; Herodes y
sus caballeros representan fielmente el papel de los cortesanos
medievales...
Owst llega a afirmar
que el teatro vernáculo inglés ha sido construido fundamentalmente a
partir del material homilético, ya que los principales temas (Adoración
de los Magos, Juicio Final, Adoración de los pastores etc.) son tratados
en la escena con rasgos muy similares a los que aparecen antes en los
sermones.
Hay pues una
corriente que fluye desde el púlpito a la escena pero su flujo es
bidireccional ya que las técnicas teatrales influyen a su vez sobre el
púlpito y orientan la predicación hacia el espectáculo y el teatro. En
este sentido, es preciso recordar que desde muy antiguo, antes de la
aparición de los más antiguos dramas del Quem Quaeritis y del
Ordo Prophetarum, algunos sermones presentan indicios de
dramatización. Al menos desde el siglo IX homilías y sermones incorporan
pasajes dialogados en estilo directo y frecuentemente el
predicador-narrador contaba con la colaboración de uno o varios
acompañantes que leían las partes dialogadas. En España tenemos los
casos del Castissimum Mariae Virginis uterum –un sermón dramático
sobre la Anunciación, en forma dialogada y representable–, y del
Inter pressuras, que se leían en el siglo XIV en la Catedral de
Gerona durante en oficio de Maitines en un contexto litúrgico
dramatizado.
En algunos casos se
introducían en el texto del sermón estrofas de canciones populares
conocidas (probablemente el predicador las canturreaba), y en su lectura
se utilizan efectos dramáticos complejos: el orador se para, intervienen
actores y se utilizan máquinas aéreas que hacen aparecer un ángel o un
demonio. Los datos reunidos por Lecoy de la Marche para el siglo XIII
demuestran como los sermones eran verdaderos espectáculos interrumpidos
por los aplausos del público, entrada de actores, conversiones de judíos
etc. Surge así un sermón dramatizado en el que el predicador se
convierte en actor o en recitador y conductor de la obra, adelantando el
papel que luego jugará el expositor de las Pasiones alemanas y del
teatro inglés medieval e isabelino.
Aunque los maestros
de la corte de Carlomagno se sirvieron de los recursos oratorios
antiguos para la formación de lectores y predicadores eclesiásticos y
afirmaron, como Rabano Mauro (784-856), que una correcta lectura pública
obligaba al lector a una buena comprensión del texto que le permitiera,
mediante el empleo de un tono de voz y de una actitud del cuerpo
adecuados, expresar todos los matices del mismo, insistieron siempre en
que el clérigo no podía olvidarse de que se encontraba ante auditores,
no ante spectatores, advirtiendo del peligro de caer en excesos
que dieran lugar a actitudes histriónicas y juglarescas. En ese sentido
se orientan los ataques de Elredo de Rielvaux (Speculum charitatis,
1141) contra los excesos de oradores, lectores y cantores, denunciando
la transformación de las iglesias en teatros y clamando contra los
gestos histriónicos (histrionicis gestibus) de los sacerdotes y
los movimientos lascivos de los cantores (lascivas cantantium
gesticulationes) que hacen pensar al fiel que ha acudido a un
espectáculo y no a una plegaria.
Similares son en el siglo XII
las actitudes de
algunos moralistas como Alain de Lille o Hugo de San Víctor condenado
las predicaciones “theatralis et mimica”, cuyo objetivo era más la
diversión que la salvación, pero sus recelos no pudieron impedir que
esta técnica predicadora fuera adoptada por las órdenes mendicantes
después de 1200, lo que provocó la división de las autoridades
eclesiásticas sobre la actitud a adoptar ante la nueva situación. En
general, los comentaristas y tratadistas ortodoxos se opusieron
simultáneamente al teatro y al nuevo estilo de predicación, mientras que
los frailes lo utilizaban sin reservas y componían obras teatrales, lo
que parece indicar que en el momento de la aparición de las primeras
dramatizaciones litúrgicas en vernáculo estas no se distinguen bien, en
el espíritu público, de los sermones propiamente dichos. Como ha dicho Zumthor: “el sermón es la exhibición de un actor ejecutando un drama
popular”.
Se puede hablar así
de una praedicatio theatralis y parece lógico pensar que las
técnicas histriónicas de los predicadores hayan podido verse influidas por
el teatro contemporáneo. Que el sermón incorpora numerosos elementos del
drama eclesiástico ha sido puesto de manifiesto ya hace muchos años por
De Bartholomaeis y D’Ancona para el caso italiano, o por Mâle para el
francés. En España, Pedro Cátedra ha mostrado la relación existente
entre los abundantes sermones castellanos sobre la Pasión y la Pasion
Trobada de Diego de San Pedro, fuente a su vez del Auto de la
Pasión toledano de Alonso del Campo.
Tenemos además en la
Península el caso de San Vicente Ferrer, predicador teatral donde los
haya, entre cuyas fuentes se encuentran las artes plásticas y el teatro,
cuyos sermones eran auténticas representaciones teatrales en las que el
dominico (1350-1419) se hacía entender mediante gestos y mímica –lo que
a decir de sus biógrafos le permitió predicar por toda Europa aunque
sólo hablaba catalán–, e introducía partes dialogadas realizando "en
escena” espectaculares conversiones masivas de judíos y musulmanes. S.
Vicente Ferrer tenía su propia compañía y con ella se trasladaba de un
lugar a otro haciendo su entrada en el pueblo o ciudad donde iba a
misionar de una manera solemne, preparada y programada de antemano. El
caso del santo valenciano, que predicó en Galicia en 1412, nos permite
además verificar que entre el púlpito y la escena la relación es de ida
y vuelta: San Vicente Ferrer se inspira en el teatro pero sus sermones
sirvieron a su vez de fuente de inspiración para los dramaturgos. Así
sucede por ejemplo en el Misteri asuncionista valenciano que,
alejado en muchos puntos de la tradición, coincide sin embargo en la
mayor parte de los motivos que utiliza con un sermón asuncionista del
dominico que sirvió muy probablemente de fuente a su redactor.
Lo que sucede en
realidad es que en la Edad Media no hay límites estrictos entre los
géneros. Solo a partir del siglo XV aparece una especialización teatral
en el sentido que damos hoy a esta palabra, antes de esta época no hay
frontera alguna, de modo que se puede afirmar que todo texto poético
entre los siglos XI y XV es un mimo –y por tanto teatro–. En una
sociedad sin Teatro, como la medieval, la vida entera se teatraliza y
toda actividad cultural tiende hacia el espectáculo, porque espectáculo
y no otra cosa son los sermones de San Vicente Ferrer y sermón es
también la
Danza de la Muerte.
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Predicación como prólogo de
una representación teatral
Manuscrito del Mystére
du Jour dou Jugement (Besançon, Bibliothèque Municipale ms.
[M] 579, fol. 3r)

San Vicente Ferrer
predicando. Al pie del púlpito aparecen los escritores de las
reportationes de sus sermones (óleo de Miquel Esteve, Museo de
Bellas Artes de Valencia, primera mitad del s. XVI).


Danza macabra con
los textos del sermón. Fresco del oratorio del castillo de Javier
(Navarra)
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